martes, 4 de septiembre de 2012

Cultivo o Desmemoria por Alberto Espinosa


Cultivo o Desmemoria


   Si algo caracteriza a muestrea época es la idolatría del instante, esa ideología feroz tan solita en juicios desmesurados, alimentados por una ambición mezquina, que pretende anestesiar a  la memoria (histórica y poética) de nuestros ancestros y antepasados, deformando incluso  lo que nos pasa, nuestro mismo paso por el mundo. Amnesia socialmente condicionada cuyo intento más notable es arrancar de cuajo toda raíz que nos ligue a la tierra y al origen, para sumergirnos en la opacidad unidimensional de novedosas convenciones rutinarias, para aplastarnos en la adaptación del hombre a las maquinaciones de todo aquello que desnaturaliza al hombre, para apelmazarnos en la masa cuya caída a plomo desciende hasta la solidarizarían con las formas más bajas de la creación, formas que lo exorbitan de su centro, y que aplauden con rabia todo extremismo que fragmente y disperse al alma humana en las mecánicas del olvido.
   Nada tan característico de nuestro siglo o mundo que el intento impotente de mutilar con dogmatismos o barrer con orgulloso y voluntario desdén a la memoria. Sin embargo, puede alegarse aún, el ser humano está hecho de esa sustancia nutricia que es la memoria, puede alegarse que el hombre no ha muerto sepultado ni bajo el peso absoluto de las ruinas de los grandes sistemas tramados por la fe racionalistas, esas catedrales levantadas por el polvo, que no se ha disipado con el viento abrasivo y caprichoso de la subjetividad emocional que levanta al sol, como un ídolo de fuego, los tepalcates del instante, que el ser humano no se ha precipitado aún del todo al imitar con ociosas gesticulaciones y abyectas genuflexiones los juiciosos desmesurados que alimenta la ambición mezquina, que se resiste a adorar al monolito ciego del olvido. Porque la atenta reflexión sobre las fuentes de la vida, la meditación y la celebración colectiva sobre aquellas figuras que han aclarado el sentido, que han vuelto transitable un futuro al mirar al doble horizonte de nuestro destino, nos recuerdan todavía desde su ausencia que siempre ha sido nuestro deber mas sagrado no falsificar los hechos ni ocultar el sentido, pues el deber de no mentir para no mentirse es también cumplir con la tarea de cultivar nuestra memoria, pues en ella se encuentra el íntimo jardín cordial que hace nuestra identidad y pertenencia, que hace la patria invisible donde, junto con el lento amor del tiempo, hemos de reunirnos finalmente todos juntos.









Vuela Venado: Sufrimiento o Dialogo por Alberto Espinosa

Sufrimiento o Diálogo 

La verdadera desgracia del sufrimiento es la de tentarnos a creer en la resistencia, en la fuerza, para encerrarnos en la fortaleza, en la cárcel del yo. El sufrimiento es así innoble y envilece, pues tiende a matar simbólicamente todo aquello que le rodea, haciendo sufrir a lo que tiene a su alrededor, dispensándose de toda moral o encerrándose en la prisión de si misma. Tiene la inclinación a renegar de aquello a lo que pertenecemos (el corazón, el alma), recluyéndonos en la orfandad del yo, en el silencio de aquello que nos pertenece, relegándonos así a las sombras y a las tinieblas, enclaustrados en la muda garantía segura del “yo”. De ahí solo podemos salir mediante el diálogo y la evidencia del sentido que hace hablar a la vida, que es el amor o la poesía.





Vuela Venado: El Invisible Amor por Alberto Espinosa


El Invisible Amor


   El amor no permite mentir. Pide que lo miremos a los ojos, si bajamos la mirada, si no queremos verlo, es porque mentimos. No podemos ver el amor cuando somos una mentira, si eres una mentira no lo ves, no se deja ver, se ausenta. El amor, que es revelación (luz y alegría) se confunde entonces con la “felicidad”, con aquello que necesitamos tener, que recibimos pasivamente o que convertimos en posesión o en deuda, impersonalmente, sin dialogo ni aceptación. Con la belleza, que es el reflejo de la verdad, pasa algo similar, si no la amamos creemos que se trata de “una hermosa pieza de arte” hecha para excitar nuestros sentidos. La belleza y el amor, por el contrario, son formas de la verdad: nos desenmascaran, o mejor dicho nos desnudan, nos exigen mostrar nuestro rostro verdadero y a decir nuestro verdadero nombre. 
   Porque en el fondo de nosotros mismos, estamos habitados por aquellos a quienes miramos; por ello decir quien somos es decir a quienes vemos, es ver a quienes nos entregamos –y así nos recuperamos si somos fieles a nosotros mismos para volvernos reconocibles, pues sólo se puede ganar lo que se entrega.
   Porque la verdad encarna cuando la deseamos, cuando la dejamos aparecer, cuando le permitimos mostrarse sin tocarla o profanarla, cuando hacemos un vacio santo para que la verdad lo llene como se llana un lugar cuando alguien verdadero, cuando alguien que es real aparece. Una persona real, como el arte verdadero, obligan con su presencia a quien la mira a hacerse verdad –motivo por el cual el arte verdadero y la persona auténtica tienen tatos enemigos, manifiestos o encubiertos. En cambio, se es una mentira cuando la verdad abandona el cuerpo, cuando se es sólo el cuerpo de una verdad inerte que no puede mirar a los ojos, que rehúye la mirada, o cuando deseamos poseer o apropiarnos de esa verdad para que nos sirva –es entonces cuando estamos deshabitados, desalmados, cuando no habitamos las cosas ni las iluminamos con nuestra mirada, para encerrarnos en la tiniebla dentro de nosotros mismos.